Oí al perro…
yo, en mi puesto;
del frente, la mancha;
detrás…
detrás el mundo entero;
por aquí no rompería,
seguro estaba yo, de eso;
además, cargaba aire…
como pa arreglar aquel entuerto;
hay veces que to se pone,
del lao menos bueno;
quiso hasta llover
y yo, sin sombrero;
pero eso no me importaba
de parao, ladraba aquel perro;
ya llevaba un rato…
ya escuché algún lamento
y no eran las voces
que se oían a lo lejos
ya, de regreso;
llamaba y llamaba…
a cualquier compañero,
él solo, entre quejío y lamento;
Dios mío que me ves…
cómo me voy a estar quieto;
yo, eso no lo aprendí,
no me enseñaron a hacerlo;
tú me empujaste aquel día,
aquel día de enero,
frío como él solo,
gris y poco tierno;
cogí el cuchillo
y aparté el miedo;
quise acabar pronto aquello,
mas no lo permitió aquel compañero;
mirándome a los ojos me indicó
cómo hacerlo;
así entendí, asiendo otro arma
con más respeto;
entre ojo y ojo,
alojé mi aliento,
rematé la faena
con cierta pena
y mucho esfuerzo;
…ahí no acabó tó
sin darme cuenta,
me seguía el torero;
aquel que lidió,
en aquel cruel ruedo;
le abrí las puertas del coche
y lo curé entero;
tó se merecía aquel animal
y de mí, el mayor respeto;
a la suelta llegué…
a entregar mi premio;
me atendió el más viejo,
de toos los perreros,;
con lágrima en los ojos,
recibiendo a su perro.
JM
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